viernes, 3 de abril de 2015

Periodo entre Guerras

La posguerra y la reconstrucción de Europa
Acabada la guerra, Europa estaba depauperada. El largo conflicto había provocado terribles pérdidas demográficas y cuantiosas destrucciones materiales. Por otra parte, la Revolución rusa repercutió en todos los países originando una oleada de agitación social, mientras que las deudas de guerra daban lugar a un caos financiero y una fuerte inflación.
Alemania, la máxima perdedora, se vio abocada a un gran desorden interno. La nueva república otorgó la constitución de Weimar (1919), que establecía una república federal en que se preveía el sufragio universal. La agitación política determinó la aparición de numerosos partidos, entre ellos el Partido Obrero Alemán (1919), que uno de sus miembros, Adolf Hitler (1989-1945), convertiría en un partido Nacional-Socialista Obrero Alemán (1921). En 1926, Alemania fue aceptada en la Sociedad de Naciones.
La agitación nacionalista irlandesa seguía siendo un problema fundamental para Inglaterra, por lo que se intentó resolverla mediante la concesión de la autonomía del Estado Libre de Irlanda (1921), aunque la zona del nordeste, el Ulster, continuó formando parte de Inglaterra.
El fascismo italiano
Al terminar a guerra, Italia se encontraba en una situación económica crítica. El estado se hallaba endeudado con Estados Unidos e Inglaterra.
En esta situación aparece una extraordinaria figura política, Benito Mussolini (1883-1945), que provenía de las filas socialistas. Pero, partidario luego de un régimen fuerte basad e la exaltación nacionalista y el corporativo (agrupación gremial de todas las profesiones), fundó en 1919 los fascios de combate, milicia anti socialista que atacaba tanto a los liberales como a los socialistas y comunistas. Y en 1921 nació el partido fascista.
En las elecciones de 1921 fueron elegidos treinta y un diputados fascistas. Alentado por este éxito, Mussolini se preparó para tomar el poder. En octubre de 1922 organizó la marcha sobre Roma y exigió al rey Víctor Manuel III, que reinó de 1900 a 1946, la entrega del poder.
Pese a que la monarquía y el sistema parlamentario seguían vigentes, Mussolini preparó, mediante una serie de leyes, el estado totalitario, dirigido por él mismo (Duce) y consolidado a partir de 1925. El fascismo contó con el apoyo de las clases medias, dominadas por el miedo y la frustración de aquel periodo, y las subvenciones de banqueros y grandes propietarios que veían en el régimen fascista un medio para oponerse a los avances políticos y organizativos de la clase trabajadora.
Mussolini inició un amplio programa de reconstrucción económica basado principalmente en las obras públicas que no consiguió sacar de su atraso secular a las regiones del sur, donde continuó la oleada migratoria hacia América.
Su agresiva política exterior le llevó a invadir Abisinia (Etiopía) en Octubre de 1935, lo que provocó graves conflictos internacionales. En 1936 pactó con Hitler (Eje Roma-Berlín). La política internacional de ambos dictadores originaría un nuevo conflicto internacional.
La depresión de 1929: el crack de Wall Street
El extraordinario desarrollo económico de Estados Unidos había generado entre la población un periodo de optimismo general. Pero era un auge, alimentado por una especulación desenfrenada y sin respaldo real de las empresas.
El 24 de octubre de 1929 (jueves negro) cundió el pánico en la bolsa de Nueva York (Wall Street). El crack  de la bolsa fue seguido por quiebras bancarias y una espeluznante recesión financiera. La ruina de los pequeños accionistas y los agricultores, la disminución de la producción y el paro se extendieron por el país.
La superproducción había originado grandes stocks que era necesario reducir (crisis cíclicas, propias del sistema capitalista).
La depresión que siguió al crack iba a durar varios años y a extenderse por doquier a través de los intercambios internacionales y a causa del peso de la economía americana en el mundo. Sus consecuencias fueron más allá de los aspectos puramente económicos.
En Estados Unidos, el presidente demócrata Roosevelt (1958-1919) inició la intervención del estado en la economía (política que se generalizará a partir de ahora) mediante una serie de reformas conocidas como New Deal (Nuevo Trato) y llevadas a cabo entre 1933 y 1939.
La revisión del pensamiento económico se convirtió en una necesidad. J.M. Keynes (18883-1946), economista británico, fue el teórico clásico de la crisis.
El nazismo alemán
La crisis económica resultó desastrosa para la ya debilitada Alemania.
La población se radicalizó ideológicamente y el partido Nacionalista Obrero Alemán (partido nazi) de Hitler vio aumentada su influencia e implantación.
Se organizó una milicia armada compuesta de la S.A. (Sección de Asalto) y las S.S. (escuadrones de protección).
En las elecciones de 1932, los nazis consiguieron más de un tercio de los votos. Hitler, que ya había intentado conseguir el poder, aunque sin éxito, mediante un golpe de estado en 1923, fue nombrado por el presidente Hindenburg, el 30 de enero de 1933, canciller de Alemania. En sólo diez meses, Hitler consiguió transformar radicalmente la estructura política y establecer un sistema totalitario.
Un incendio destruyó el Reichstang (parlamento) en febrero de 1933, y esto fue la excusa para eliminar a sus enemigos, a los que Hitler acusó de haber provocado el incendio.
El 23 de marzo, día de la apertura del parlamento, empezó el III Reich (Tercer Imperio): Hitler obtuvo plenos poderes para gobernar por decreto durante cuatro años. En octubre de 1934 murió el presidente Hindenburg y Hitler empezó a actuar como tal con el Göring (1893-1946), Göbbels (1897-1945) y Himmler (1900-1945), comenzó su dictadura.
La doctrina política del nazismo, expuesta por Hitler en su obra Mein Kamnf (Mi lucha, 1924), se basaba en un nacionalismo exacerbado que derivó en el racismo, al considerar a la raza aria como superior, y, como consecuencia, en el antisemitismo: también Hitler defendía el estado totalitario, con un jefe (Führer) cuya voluntad debía ser obedecida por todo el pueblo.
A partir de 1933 se abrieron campos de concentración para los presos políticos.
Paralelamente, Alemania se lanzó a la urgente tarea de recuperarse económicamente. En 1939 logró alcanzar el segundo puesto en la economía mundial.
La agresiva política internacional de Hitler llevará al segundo gran enfrentamiento mundial.
La Rusia de Stalin
J.V.D. “Stalin” (1879-1953) fue el sucesor de Lenin. Con él se abría una nueva etapa política y económica en la Unión Soviética.
Stalin consiguió eliminar cualquier tipo de oposición, aun cuando los principales líderes del periodo revolucionario, como Trosky o Zinoviev, fueron excluidos del partido. Se puede decir que, de esta manera, Stalin se convirtió en el dictador absoluto de país.
Su política económica tendía al desarrollo industrial bajo el absoluto control del estado. Mediante la elaboración de planes quinquenales (1928, 1933, 1938), la URSS se transformó en un estado industrial moderno. La agricultura se colectivizó, creándose para ello los koljoses (cooperativas colectivas) y los sovjoses (granjas socializadas propiedad del estado).
En 1936 se promulgó una nueva constitución que introdujo algunas libertades, aunque el régimen de purgas las hacía a menudo impracticables. Entre las reformas constitucionales, cabe destacar el sufragio universal.
El Soviet Supremo (parlamento), formado por el Soviet de la Unión (elegido directamente) y el Soviet de las Nacionalidades o (cámara alta, representante de las diferentes repúblicas), debía elegir al Consejo de Comisarios del Pueblo y al Presidium (representación permanente de las cámaras).
Pero, junto a este complicado engranaje, se encontraba el partido comunista, cuya burocratización interna propicio la aparición de una casta política cerrada en sí misma, y el único permitido y cuyos más altos representantes eran también los mandatarios en el gobierno.
La construcción del estado socialista
La nueva política económica (N.E.P.)
En 1921, al ser vencidas las fuerzas invasoras de Rusia, no se veía mejora alguna en las condiciones de vida de los trabajadores soviéticos; el descontento político se dejó sentir y los ataques contra el régimen fueron alarmantes.
Los marinos de la base naval de Kronstadt, en otro tiempo el corazón revolucionario de la flota de Báltico, se amotinaron en marzo de dicho año y se enfrentaron con el gobierno; la situación adquirió caracteres dramáticos. La rebelión se apoyaba en los campesinos y en los obreros industriales, todos ellos descontentos; unos y otros llegaron a sentir contra los comisarios políticos la misma antipatía que habían sentido contra los oficiales zaristas en febrero de 1917, porque no veían mejorar su situación material.
Lenin reprimió energéticamente la sublevación de los marinos en pocas semanas. Luego, con su habitual oportunidad y agudeza política, inició su notable repliegue en su línea de gobierno. Esta retirada le resultaba fácil porque era un retorno a su posición inicial, a su política económica moderada y a su teoría de que la agricultura, todavía primitiva, no estaba aún madura para la revolución socialista.
La nueva política económica –la N.E.P. como fue llamada entonces, según las iniciales en ruso- representaba sin duda un paso atrás. Lenin no trató en modo alguno de disimularlo, limitándose como siempre a someterse a la realidad de los hechos. Los campesinos obtuvieron el derecho de vender los excedentes de su producción en el mercado libre, mediante el pago de un impuesto, y, en otras muchas actividades, la iniciativa privada volvió a tener cierta libertad. El gobierno juzgó que el incentivo de la ganancia impulsaría la producción así ocurrió. El plan elaborado triunfó, aparecieron reservas hasta entonces ocultas y consiguió un incremento de la producción, abriéndose nuevas perspectivas al país.
La N.E.P. constituyó un éxito, pese al simultáneo retorno del espectro de la especulación. De todos modos, la nueva política económica sólo afectaría a la agricultura y a los bienes de consumo, puesto que el Estado seguía manteniendo la “alta dirección” de la economía nacional, y sujetaba con firmeza a la banca, la industria pesada, los transportes y el comercio exterior. Hecho aún más notable e importante era que los comunistas consolidaban su dominio sobre todo el territorio soviético.
Durante la guerra civil y el periodo de la N.E.P., el partido comunista monopolizó todo el poder político, llevando a cabo una implacable persecución contra los “desviacionistas”. La democracia interna, el derecho a disentir, cedieron ante la dictadura, pues, como decía el propio Lenin, la disciplina debe ser cien veces más rigurosa en el repliegue que en la ofensiva.
El tratado de Rapallo
Deudas de guerra y reparaciones fueron los dos grandes temas que obsesionaron a los gobiernos durante los años  inmediatos al final de la guerra. Todos eran deudores y todos se creían acreedores. Era una cadena continua con eslabones de todas las categorías: vencedores y vencidos, países pobres y gentes ricas.
Lenin, con la revolución rusa, cortó el nudo gordiano de las alianzas y compromisos, negando odas las deudas y publicando todos los acuerdos secretos. Millones de personas poseían acciones rusas sobre el petróleo mojado. Y determinó la acción aliada de intervenir: tropas inglesas, francesas, japonesas y checas ayudaron a los generales zaristas Denikin, Wrangel, Yudenich y Koltchak en sucesivas campañas que asolaron gran parte de Rusia en 1918 y 1919. Todos ellos fueron derrotados. Los campos petrolíferos de Bakú pasaron de manos alemanas a inglesas y de éstas a las de los soldados rojos de Lenin, que consiguió hacer una paz, cediendo extensos territorios en Polonia, países bálticos, Rumania y Finlandia, pero no los pozos petrolíferos de Bakú. La perspicacia aguda de Lenin como revolucionario se revela también genial como estadista y como economista. Los tres años que vivió y gobernó después de la revolución (1920-1922), antes de su enfermedad, tuvo ocasión de demostrarlo con dos medidas, dos cambios radicales que asombraron al mundo como aquellos primeros diez días de la revolución, y más que nadie a sus compañeros de partido y de equipo. Estos dos cambios fueron: la N.E.P. y las relaciones económicas internacionales, rompiendo el cerco que asfixiaba a Rusia.
Tal sucedió en la conferencia de Génova. Rapallo y el acuerdo con Deterding son los dos hechos sensacionales de aquella semifracasada conferencia, que reflejan la agudeza característica de Lenin. El 28 de octubre de 1921, Lenin sugirió una conferencia internacional. Lloyd George y Poincaré la convocaron para el 26 de febrero de 1922 en Génova. Asistieron los aliados más Alemania y Rusia.
El estadista ruso hubiera querido asistir personalmente para gozar de su triunfo inicial. Se hubiera hallado como el pez en el agua en aquella Europa occidental que tan a fondo conocía. Retenido por razones de salud más que de seguridad, envió a Chicherin con el que conservaba telefónicamente a diario.
Se prometió a Rusia el reconocimiento, si el gobierno comunista aceptaba pagar 18’000 millones de francos oro, a lo que Lenin replicó que estaba de acuerdo si a su vez los aliados aceptaban una deuda de 30’000 millones, valor de las pérdidas rusas por la intervención de 1918-1919. A la vez proponía un “desarme general colectivo”. Este lema que ocupará veinte años de la vida de la Sociedad de Naciones –en vano- aparecía por primera vez en la escena internacional.
A punto de fracasar la conferencia, dos hechos y dos hombres supieron explotar la oferta de Lenin y su nueva orientación política. Ambos hechos cayeron en el mundo de la postguerra como dos bombas. Son Rapallo y el acuerdo franco-inglés. Los dos hombres son Walter Rathenau, ministro alemán, y sir Henry Deterding, presidente de la poderosa compañía petrolera Royal Dutch Shell.
Al margen de la conferencia, de noche –se ha llamado a tal fecha la conferencia de los pijamas-, el 16 de abril de 1922 se reunieron en Rapallo, población próxima a Génova, los delegados alemanes y los rusos y firmaron un acuerdo por el que ambos países restablecían sus relaciones diplomáticas, renunciaban a toda reclamación y reanudaban sus tratos comerciales.
El anuncio del tratado de Rapallo cayó como una bomba y los occidentales protestaron. Pero todos los clamores se apagaron cuando se hizo pública la otra noticia sensacional de aquella conferencia: la del acuerdo entre Lloyd George y Krassin por el que se concedía a la Royal Dutch Shell el monopolio del transporte del petróleo ruso. Era la labor que Henry Deterding, directivo de la compañía petrolera anglo-holandesa, realizara con tenaz habilidad entre bastidores aquellos días. Antes de la guerra de 1914, Deterding había comprado las participaciones de los Rothschild en los petróleos rusos y desde 1918 venía promoviendo, aunque en vano, la intervención militar aliada en el Cáucaso, con objeto de recuperar “sus” bienes. Ante el fracaso de las expediciones Wrangel y Koltchak, eligió Génova como escenario para obtener una victoria diplomática a su favor. Desde hacía meses venía comprando a bajo precio en el mercado de valores todas las acciones de petróleos rusos, y así pudo presentarse como dueño indiscutible de los pozos caucasianos.
Cuando se conoció el convenio Lloyd George-Krassin, los americanos reaccionaron. Child, el observador americano, afirmó, pensando en la Standard Oil, que los Estados Undos no aceptarían más política comercial que la de “puerta abierta”, y la Standard Oil, que en 1914 había adquirido la participación de los hermanos Nobel en los petróleos caucásicos, intentó hacer valer sus derechos. Los Estados Unidos exigieron ser equiparados a Inglaterra.
La lucha de los “petroleros” determinó el fracaso de la conferencia. El acuerdo de Rapallo rompió por primera vez la unidad occidental: los aliados volvían a dividirse a causa del petróleo. Los franceses y los belgas respaldaron a la Standard Oil, y los ingleses no se atrevieron a pasar por encima del veto americano.
No hubo acuerdo de los aliados con Rusia, y la recién nacida Sociedad de Naciones, sin Rusia ni Norteamérica, se convirtió en simplre mecanismo anglo-francés e instrumento de una política vieja y condenada al fracaso de antemano. Peor aún, a ser simple pausa entre las dos guerras.
La constitución de 1923 y la muerte de Lenin
En años sucesivos, los comunistas rusos concentraron toda su energía en el frente interior, en la consolidación del régimen y en la inmensa tarea de transformar el país en un Estado moderno e industrial.
La Nueva Constitución de 1923 había sido proyectada en buena parte por Lenin, pero no pudo intervenir en su redacción y aprobación definitivas. Dicha Constitución creó un sistema federativo: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, organismo fundamental que, por definición colocaba el internacionalismo proletario por encima del factor nacional: cualquier Estado dispuesto a aceptar el sistema soviético quedaba autorizado para ingresar en la Unión.
Hasta su muerte, Lenin siguió siendo la primera figura del comunismo soviético. Ningún otro jefe alcanzó un prestigio comparable, tanto en las cuestiones ideológicas como en los asuntos ordinarios y en las prácticas cotidianas del Estado nuevo. Con todo, el exceso de trabajo, la revolución y la guerra civil habían agotado sus fuerzas y cayó víctima de una hemorragia cerebral en mayo de 1922; todavía pudo reanudar, en parte, sus actividades durante el otoño, pero una nueva crisis, en abril de 1923, le dejó paralítico, perdiendo incluso el uso de la palabra. Falleció en Gorki, el 21 de enero de 1924.
En el Kremlin, la lucha por ocupar el lugar de Lenin duraría muchos años.
Tras los primeros embates de su postrera enfermedad, Lenin buscó mucho tiempo a su sucesor ideal, pero murió sin haberlo designado o sin haberlo descubierto. Nadie tenía su autoridad indiscutida ni su ductilidad ejemplar para sumar colaboraciones personales, sin ceder en los principios. La mayoría de sus íntimos colaboradores le resultaban sospechosos para una u otra razón.
Fue precisamente la aparente mediocridad de Stalin lo que le permitió consolidar su posición personal antes del gran debate revolucionario y del postrer ajuste de cuentas; el ser considerado inofensivo por sus colegas le permitió obrar a su antojo.
Stalin –que en ruso significa “acero”- era el seudónimo de José Bissarionovich Dugaschvili (1879-1953). Nacido en la localidad de Gori, Georgia, era hijo de un humilde zapatero. La inteligencia que el joven demostró le valió una plaza gratuita en el seminario de Tiflis; luego, ejerció su influjo en él para hacer propaganda socialista y expulsado del seminario se consagró de lleno a la revolución, actuando con un denuedo para organizarla en su comarca natal, donde desempeñó largo tiempo el papel de agitador. Fomentó huelgas entre los obreros de la industria petrolera georgiana y los comunistas elogiaron pronto su valor y su energía. Stalin luchaba en pro del ideal revolucionario. Se arriesgaba con extremo y llevaba siempre en pos de sí a la policía zarista; detenido en diversas ocasiones, pasó muchos años en Siberia.
Stalin ocupa el primer puesto
Pronto sintió la influencia de Lenin, a quien siguió al producirse la escisión en 1903 entre bolchevices y mencheviques, y Lenin no tuvo partidario más fiel en todas las diferencias internas del Partido o del Comité Central. En Siberia, al estallar la revolución de febrero de 1917, Stalin quedó liberado al propio tiempo que otros detenidos políticos y marchó al Petrogrado, donde desempeñó un papel de segundo orden durante la revolución de octubre, siempre a las órdenes de Lenin, encargado de la redacción de Pravda. Miembro del primer Consejo de Comisarios del Pueblo, Stalin se ocupa ante todo de “las nacionalidades”, es decir, de las poblaciones no rusas que comprendía el imperio zarista, tema sobre el que había hecho estudios jurídico-políticos con anterioridad. Durante la guerra civil de distinguió también como organizador militar en particular en la lucha en torno a Tsaritsin, ciudad que más tarde se llamaría Stalingrado; en el transcurso de este periodo sus choques con Trosky, comisario en Defensa y fundador del ejército rojo, se acentuaron, tanto por cuestiones de prestigio como por problemas estratégicos. Ambos eran en temperamento, formación y carácter absolutamente opuestos. Y ambos eran igualmente ambiciosos.
Stalin fue designado secretario general del Partido Comunista ruso en 1922, en un momento en el que pocos creían en la importancia del cargo. Stalin aprovechó de la ausencia de Lenin, durante su enfermedad, así como el terror de sus colegas, y disimulado tras un hábil anonimato fue estructurando una maquinaria política en la que instaló a sus fieles adictos en puestos claves. Hombre de inaudita energía y perseverancia, era un astuto y metódico, riguroso y paciente como un asiático, y en cierta ocasión, en un momento de confidencias, dijo que ninguna noche dormía con tanto placer como cuando había logrado tender una trampa a sus enemigos el día anterior. Para él, solo contaba el poder efectivo, dejando la frívola gloria a los demás; ahora también, se trataba de conquistar, conservar o ejercitar un auténtico poder, no conocía escrúpulos, sirviéndose para ello de la fuerza o de la astucia. Stalin aunaba la prudencia con el rigor, protegiéndose por las partes hasta que se sentía firme y podía seguir adelante. Durante casi toda la generación, Stalin gobernó en la inmensa Rusia al estilo oriental, y su exceso no fue debido a un golpe de estado ni a un Putsh rápido y brutal que le dieran tan fabuloso poder: Stalin tuvo el tiempo necesario de ocho a diez años, para edificar una estructura política, pieza a pieza, apartando a sus adversarios uno tras otro. Enfrentó entre sí a hombres y a grupos, invirtió el sentido de sus alianzas y procuró que los demás se destruyeran entre sí.
La eliminación de Trosky
El camino seguido por Stalin e los años posteriores a la muerte de Lenin en una línea quebrada y confusa entre los hombres y las políticas oscilando entre las diversas alianzas posibles. Su primer rival, y el más peligroso, fue Trosky, personalidad máxima del comunismo después de Lenin, hombre de aguda inteligencia y temperamento ardiente, héroe brillante y popular de la revolución y vencedor de la guerra civil. Aunque tenor de las apariencias, valía infinitamente más que Stalin, de hecho no pudo oponerse a la paciencia asiática y a la habilidad maniobrera del secretario general.
En su primera confrontación, Stalin se alió con dos personalidades que temían a Trosky capaces de aspirar al puerto supremo de Rusia, Zinoviev y Kaménev, y juntos formaron una troica, especie de triunvirato. Trosky se oponía a la burocracia del partido, reprochándole su actividad, en exceso pasiva, durante la N.E.P. y se proponía reanimar el impulso revolucionario y promover una industria nueva, capaz de elevar el nivel de vida de la población. No le faltaban argumentos  su favor: el malestar de los años 1923-1924 impulsó a los trabajadores a huelgas espontáneas. Por otra parte, la política de Trosky estribaba en una idea optimista ya superada de la revolución mundial: Trosky creía en la doctrina de la “revolución permanente”, la necesidad absoluta de extender la revolución a otros países por la imposibilidad de construir el socialismo en uno solo, aislado y atrasado.
Al estallar la controversia entre Trosky y la troika, Stalin y sus colegas ejercían ya enorme influencia en el partido y puede decirse que ya casi lo mantenía bajo su dominio pudiendo oponerse a Trosky el ejemplo de Lenin, maestro de todos ellos. Apoyándose de ese modo, en la obra de Lenin, crearon una ideología comunista que respondía a todas las cuestiones posibles y convirtieron la doctrina leninista en la exégesis más favorable a sus intereses. En esta línea doctrinaria, Stalin y los suyos lograron fácilmente confundir a Trosky aludiendo a su pasado: en efecto, el comisario de Defensa había ingresado tarde en el partido y, en algunas circunstancias se puso al propio Lenin. Aludían sobre todo a la paz Brest-Litovsk y a posiciones teóricas en las que el ardoroso tribuno no estaba muy firme. Pero Lenin jamás le reprochó tales defectos ni diferencias; más aún sacó partido de las mismas.
El diario del Partido proponía la sentencia: Trosky, culpable de desviacionismo, debía dimitir de su cargo; ello acontecía el 1 de enero de 1925, el año escaso de la muerte de Lenin.
Las discordias interiores continuaron durante todo el año de 1925, en especial en torno a la industria y a la agricultura. Stalin actuaba con su habitual prudencia; con el Congreso de noviembre de 1925; cuando la crisis se hallaba en su punto culminante y con brusco giro en la actitud, comenzó a atacar a los izquierdistas Kaménev  y Zinoviev, obteniendo que fueran condenados por la asamblea. Las dos personalidades vecinas se salieron inmediatamente con Trosky, su antiguo adversario; la nueva troika experimentó otra derrota en otoño de 1926, pero no se dieron por vencidos. Trosky emprendió una violencia contraofensiva, reprochando a los estalinianos los reveces sufridos por el comunismo internacional, especialmente en China, donde Chiang Kai-chek llevará a cabo una matanza de comunistas, aliados al Kuomintang durante años, según normas de Stalin.
La acción emprendida por Trosky terminó con una aplastante derrota, que fue definitiva por obra de sus opositores enfrentándose violentamente con aquellos izquierdistas llamados en lo sucesivo “trokistas” que quedaron excluidos del Partido. Una apelación formulada ante el Congreso de diciembre de 1927, no obtuvo resultado. Trosky fue exiliado a AlmaAtá, en Asia central, pero a comienzos de 1929 logró escapar de allí y pasas en primer lugar a Turquía, luego a Francia y Noruega, y finalmente a México. El 21 de agosto de 1940 fue asesinado en este último país.
Los planes quinquenales
La primera planificación económica
En el mismo Congreso del Partido Comunista en que aniquilara la oposición de izquierdas, Stalin propuso nuevas medidas de gobierno que correspondían exactamente a la doctrina económica propuesta por los vencidos. En la cuestión agrícola, Stalin trataba de englobar las pequeñas explotaciones surgidas de la reforma agraria en grandes conjuntos centralizados, cuya explotación colectiva permitiría practicar un cultivo motorizado moderno; al propio tiempo, el Partido obligaría al país a industrializarse y ambas acciones quedarían coordinadas en un solo proyecto de inmenso alcance.
De este modo se inició en toda la Unión Soviética, desde la frontera europea al Pacífico, la época de los planes quinquenales. El primero de ellos se puso en marcha el 1 de octubre de 1928.
Sólo se trataba de una nueva experiencia, aunque de enorme resonancia: un país inmenso elaboraba, hasta los menores detalles, un plan económico y laboral que prevía todos los factores y contingencias de su producción económica durante cinco años sucesivos. El objetivo del esfuerzo a realizar era: doblar en cinco años la producción nacional, con un capital inicial de 50’000 millones de rublos. El “gigante” emprendía así el aprovechamiento de sus enormes recursos para liberarse completamente de toda dependencia del extranjero. Un esfuerzo sobrehumano se exigía al pueblo soviético, pero si triunfaba el país se colocaría al nivel de los primeros Estados industriales del mundo, y su agricultura, mecanizada, moderna y colectivista, batiría todas las marcas de producción. Desde el punto de vista político, era la ruptura completa con la N.E.P. y con la doctrina agrícola de Lenin, y desde el punto de vista administrativo, conviene señalar que para llevar a cabo el Plan Quinquenal sería preciso imponer una dirección centralizada que no retrocediese ante ningún obstáculo.
La coyuntura internacional no era tampoco muy favorable: en la misma época en que ponía en funcionamiento el primero de los planes quinquenales estallaba la gran crisis internacional en el campo económico (1929), y se alzaban por doquier barreras aduaneras proteccionistas, a la vez que se producía un hundimiento en los precios; por otra parte, la Unión Soviética partía de la nada. El plan padecía lagunas de índole técnica, y su aplicación no dejaría de experimentar graves errores; así, se carecía de expertos y de obreros especializados para manejar las máquinas. No por ello dejó de impulsarse el plan, y a pesar de sus dificultades y errores, y de las decepciones y reveses de todas clases, la producción aumentó. Cada año se realizaban nuevos y gigantescos proyectos: grandes presas, complejos siderometalúrgicos, tractores e industria pesada, centrales de energía eléctrica, de industrias químicas. Se emplearon todos los procedimientos para obligar al pueblo trabajador a llegar a los límites de la resistencia física, y si los dirigentes del plan estimaban insuficientes los progresos se acusaba de sabotaje a los responsables. En cambio, el obrero o el técnico que superaba la norma de producción fijada percibía un salario también muyn superior al promedio.
Las extraordinarias proezas realizadas con el sudor y la sangre, el entusiasmo y la angustia, de los pueblos soviéticos, se han debido a múltiples causas. Dos razones fundamentales son la variedad y la magnitud de los recursos naturales de la URSS y el sistema impuesto para aplicar los recursos humanos a esos recursos natrales, esto es, el planeamiento económico totalitario. Ese planeamiento significa que el Estado traza planes integrales de producción, incluidos la agricultura, los transportes, el comercio exterior, los bancos y el sistema monetario, que decide todas las cuestiones de crédito y de inversiones. Fija los precios al por mayor y en grado considerable los precios al por menor.
Los “kulaks” o campesinos propietarios
El primer Plan Quinquenal concedía prioridad máxima a la colectivización y modernización o “tractorización” de la agricultura. Cambios y transformaciones enormes que hicieron tambalear a la sociedad soviética en sus cimientos. La razón política imponía a desaparición de los campesinos propietarios de tierras. La misión de la agricultura era ampliada: en lo sucesivo no tendría sólo los máximos excedentes para colaborar económicamente en la formación de las nuevas industrias; al propio tiempo, era preciso mecanizar la explotación de la tierra, transformando las grandes granjas colectivas en empresas estatales. Stalin trató primero de atraerse a los labradores para que colaborasen en las cooperativas intervenidas por el Estado y con tal objeto les brindó crecidos préstamos, les concedió reducciones de impuestos y les proporcionó maquinaria barata. Pero todo fue en vano: los campesinos rehusaban abandonar su parcela privada de tierra, oponiéndose violentamente a la entrega de los productos de campo, cada vez en mayor escala, que exigía la población de las áreas urbanas en constante crecimiento. Las repetidas exigencias del Estado iban agotando las reservas de cereales y la penuria se hizo evidentemente insostenible.
Stalin decidió recurrir a la fuerza, cada vez con mayor intensidad. En 1930, se desencadenaba una implacable campaña contra los kulaks o campesinos propietarios. El vocablo kulak, en ruso, significaba anteriormente “puño”, y, en su origen, designaba a los labradores más acomodados que tenían en sus fincas a un número de jornaleros; pero luego los comunistas utilizaron este término para referirse a los propietarios de tierras hostiles a la colectivización. Stalin condenó a deportación a miles de kulaks y en numerosos puntos del país la desesperación obligó a los campesinos a rebelarse contra el gobierno soviético. Policía y ejército emprendieron una brutal represión, se practicaron ejecuciones en masa, el terror reinó en el ámbito rural, y los campesinos replicaron con sabotajes, disminuyeron las superficies cultivadas y sacrificaron el ganado para su consumo particular o destinándolo a la venta clandestina. En pocos años, la cabaña soviética quedó reducida a la mitad, el abastecimiento de la población quedó comprometido en forma catastrófica y, durante algún tiempo, el gobierno hubo de ceder. Más tarde reemprendió el sistema de colectivizaciones.
La realización del primer Plan Quinquenal supuso no sólo una nueva revolución económica y técnica, sino también política y social. La Unión Soviética se convirtió en un país industrial, con una agricultura moderna y colectivizada, todo ello bajo una dirección centralizada y dictatorial. El Estado iba edificando su nueva estructura mediante impuestos e impréstitos forzosos; al propio tiempo, desaparecían los últimos vestigios de libertad política, todo lo que todavía pudiera quedar del derecho a la libre expresión y de garantías individuales y colectivas, no sólo al estilo liberal, sino dentro del mismo espíritu del comunismo lenista.
Stalin pretendía crear un Estado “monolítico”, sometido a una sola voluntad; el régimen soviético transformó cada uno de los sectores de la vida social y todo cambiaba hasta hacerse irreconocible. Inmediatamente después de la revolución, habían florecido las opiniones más extremas respecto al matrimonio, a la familia, la educación y el derecho al arte. Así, el divorcio se hizo muy fácil de conseguir y se legalizó el aborto; en pedagogía se adaptaron los métodos más liberales con la supresión total del temor al maestro; la criminalidad fue considerada como una enfermedad social; los artistas podían experimentar y tratar el arte a su antojo; los más alcanzados ensayos eran considerados como los más revolucionarios. Así era en tiempos de Lenin.
En enero de 1933 se inició el II Plan Quinquenal. El Estado Soviético al mando de Stalin necesitaba familia sólidamente, constituidas y con numerosos hijos; fue casi imposible para el ciudadano corriente obtener el divorcio, y el aborto se limitó de manera rigurosa. Se estableció de nuevo la autoridad paterna y las escuelas aplicaron una dura disciplina, con programas muy cargados de asignaturas; se favoreció la emulación en el estudio y se llegó incluso a la introducción del uniforme escolar. La justicia, ya se verá de suyo, fue implacable con los llamados “delitos políticos” y entre ellos el más grave era el ser “sospechoso”; la policía practicaba sistemáticamente la tortura y retenía como rehenes a los familiares del acusado.
El reconocimiento de la URSS
En enero de 1933 el mariscal Hindenburg (1847-1934) entregaba la cancillería alemana al partido nacionalista, a la vez que las potencias occidentales reconsideraban el problema de las relaciones diplomáticas con la unión soviética pensando en la convivencia de ponerla de su lado en una posible guerra provocada por el régimen de Hitler (1889-1945). En noviembre, los Estados Unidos reconocieron a la URSS y establecieron relaciones diplomáticas con ella. La sociedad de naciones le dio entrada en septiembre del año de 1934.
Estos éxitos en política internacional permitieron a Stalin una política personal mucho más violenta con sus adversarios. El factor nacionalista ruso pasó a primer plano; se buscaba inspiración y estímulo en los reinados de Iván el Terrible o Pedro el Grande, en jefes militares como Kutúsov y Suvároy, exaltándose del nuevo “patriotismo soviético” y despreciando el internacionalismo proletario, como no fuera para convertirlo en simple instrumento de la política nacional; a todo ello vino sumarse a la veneración creada en torno a Stalin por toda la nutrida cohorte de turiferarios de que se rodeaba y de todos cuantos aspiraban hacer algo en el país. Era el jefe infalible y el culto a su personalidad llevó a una adulación sin medida a un total servilismo. Las estatuas y los retratos de Stalin aparecían en todas partes, ningún ciudadano podías escribir un artículo o pronunciar un discurso sin citar a Stalin con los más ditirámbicos calificativos; la literatura y las artes figurativas honraban de idéntica forma al  “jefe genial”, al “padrecito”, al clarividente e indiscutible jefe. Sin embargo, el dueño absoluto de la Unión Soviética no se consideraba el abrigo de sus adversarios supuestos o reales. Uno de sus colaboradores más íntimos Sergei Kírov (1888-1934), miembro del Politburó desde 1930 considerado como heredero de Stalin, apareció asesinado en Leningrado el 1 de diciembre de 1934. Luego , siguió una oleada de terror y cuando todo hubo terminado, Stalin ya había diezmado a la vieja guardia bolchevique: miles de comunistas veteranos y de las nuevas generaciones habían pagado con sus vidas un supuesto “desviacionismo”, sus posibles ambiciones políticas o las fanáticas “sospechas” de conspiración contra el régimen que se les imputaban.
Stalin temía al nacismo y estableció tratados de alianza con Francia y con Checoslovaquia (mayo de 1935). Pero a los pocos meses Alemania anunciaba con gesto de desafío su firme propósito de rearmarse, mientras estallaba la guerra de Abisinia con la Italia de Mussolini e Hitler se lanzaba a la reconquista de la región del Rin, dando los primeros pasos para la formación del Eje con el Pacto anti-Komintern con el Japón.
La gran crisis económica
La depresión de 1929
Deudas de guerra en insolvencia general
Hacia 1925, la economía mundial se hallaba bastante equilibrada, la producción había vuelto al nivel de antes de la guerra, la cotización de las materias primas parecía estabilizada y los países atravesaban un periodo de alta coyuntura eran numerosos. Sin embargo, no era un retorno a la belle époque una serie de equilibrios tradicionales quedaban alterados: la producción y el bienestar progresaban de manera espectacular en unas partes (Estados Unidos, Japón), mientras que en otras, perdida de la prosperidad anterior a la guerra, vivían abrumados por el paro obrero y la crisis endémicas; en particular, la Gran Bretaña. Además, el nuevo equilibrio general reposaba sobre bases sumamente frágiles.
Los grandes problemas internacionales no contaban más que con soluciones provisionales, y muchas deudas solo se pagaban mediante nuevos préstamos; tal era el caso de las reparaciones alemanas y de las deudas de guerra aliadas, en especial a los Estados Unidos. Desde luego, ambos fenómenos se hallaban íntimamente ligados; los franceses contaban con recibir de Alemania el dinero que debían de Inglaterra, y ya es conocido el resultado. El hundimiento de la economía alemana, hábilmente exagerado por sus gobiernos, impidió a los británicos pagar sus propias deudas a los norteamericanos. El presidente Calvin Coolidge (1872-1933) no cesaba de insistir: They hired the money, didn’t they? (“Pidieron préstado el dinero, ¿no es así?...?”).
Al propio tiempo, los americanos complicaban singularmente la posición de los europeos. La deuda internacional no podía pagarse sino con oro o mercancías, los norteamericanos frenaban sus importaciones de Europa con nuevos y cada vez más elevados derechos de aduana, al tiempo que utilizaban su superioridad para imponer sus exportaciones a Europa.
Por otra parte, los Estados Unidos disponían de las mayores reservas de oro del mundo, por lo que, para mantener el patrón oro, hubieron de conceder cuantiosos préstamos a Europa. Tal fue el origen de los planes Dawes y Young.
En 1914, la economía norteamericana vivía en plena era de prosperidad, Y la guerra europea lo acrecentó: durante tres años sucesivos, los Estados Unidos fueron los proveedores de un mercado casi ilimitado, mientras que las potencias europeas se equilibraban entre sí. La capacidad industrial de los Estados Unidos también había aumentado considerablemente y su agricultura progresaba a idéntico ritmo.
El desastre de Wall Street
La coyuntura de alza, denominada allí Big Bull Market, descansaba así sobre una base sumamente frágil.  Todo el sistema se derrumbó el octubre de 1929, y en pocos días – en cuestión de horas, incluso- las cotizaciones perdieron todo cuanto habían ganado durante meses, o, mejor dicho, durante años. Los pequeños especuladores quedaron arruinados y tuvieron que vender con enormes pérdidas y al cundir el pánico los grandes capitalistas pronto se encontraron también con dificultades. El 23 de octubre de 1929 las cotizaciones registraron una pérdida media de 18 a 20 puntos, y pasaron de mano en mano unos seis millones de títulos; al día siguiente, nueva caída de las cotizaciones, entre 20 y 30 puntos, e incluso de 30 a 40 para las grandes empresas. Es tan crítico momento, los primeros bancos del país y los corredores de bolsa más destacados intentaron salvar los negocios y reunieron 240 millones de dólares para las cotizaciones mediante compras masivas, y en aquella sola jornada cambiaron de mano trece millones de acciones. Tan desesperada tentativa produjo sólo resultados de carácter momentáneo; el lunes 28 de octubre se produjo un nuevo descenso de 30 a 50 puntos y al día siguiente –que pasó a la Historia con el nombre de “martes negro”- fue la jornada más sombría de Wall Street. El pánico fue absoluto: en pocas horas, 16 millones y medio de acciones se vendieron con pérdida a un promedio del 40 por ciento. Más tarde, en noviembre, cuando se hubieron calmado un tanto los ánimos, las cotizaciones habían descendido a la mitad desde el comienzo de la crisis bolsística, y no menos de 50 millones de dólares se habían desvanecido como el humo.
La quiebra de la bolsa de Nueva York fue el momento más dramático de una crisis sin precedentes; de todos modos, el derrumbamiento de Wall Street no fue el prólogo ni la causa de la crisis económica mundial fue solo su más espectacular síntoma. La desmedida producción no planificada, la brutal competencia que acarreó, supuso un rápido aumento de productos que no hallaban mercado a la par que una acumulación monopolística de capitales en unas cuantas manos de grandes propietarios –“vejez de la industria” se la denominó-, sistema de una peligrosa concentración de capitales.
Los primeros indicios de recesión se dejaban sentir en los países productores de materias primas mientras Wall Street vivía todavía en plena euforia. La depresión tenía causas múltiples: tras un periodo de fuerte expansión sobrevino una crisis de coyuntura y adaptación de modo que podía decirse “normal”, pero que estalló con violencia inaudita. De todas formas, aquellas crisis, “normal” hasta cierto punto, era asimismo estructural, resultado de la guerra y de sus funestas consecuencias, tales como la presión fiscal las deudas de guerra y las reparaciones alemanas.
La racionalización y las nuevas técnicas industriales y agrícolas contribuían igualmente a la crisis. El aumento de producción por hora trabajada, sin aumentar la mano de obra, es beneficioso para la industria, pero no en todas las circunstancias. Un ritmo de expansión demasiado rápido acarrea dificultades de transición y de adaptación. La racionalización del trabajo suprime empleos y los trabajos disponibles para otros sectores de la producción, al realizarse el paro, no pueden adaptarse con eficiencia y rapidez; por tanto, este problema de readaptación provoca, en la mayoría de los países, un bache importante apenas transcurre el periodo de alta coyuntura. Aparte de ello, las dificultades internas y la inestabilidad de la política mundial impedían entonces la elaboración de cualquier planificación a largo plazo. La crisis norteamericana no fue en sus comienzos si no una quiebra de índole bolsística, el brusco estallido y desmoronamiento de un mito creado por los especuladores; no obstante, sus consecuencias serían hondas y duraderas. Las personas arruinadas a causa del derrumbamiento del Stock Exchange limitaron sus gastos, los afortunados que todavía disponían de algún capital quedaron atemorizados y se negaban a invertirlo de nuevo, y las fuentes del crédito se agotaron. Las consecuencias de todo ello fueron fatales, en general, para Europa, y en particular para la economía Alemana, que dependía casi por entero a los préstamos americanos a corto plazo.
Roosevelt y el “New Deal”
Franklin D. Roosevelt
Los obreros sin trabajo se vieron reducidos a solicitar la asistencia privada, y cuanto mayor era su miseria, más crecía su descontento, dirigido en primer término contra los líderes del partido republicano, quienes, después de prometer al país una creciente prosperidad, sólo fueron capaces de sumirle en la catástrofe económica. El partido quedó derrotado en las elecciones de 1923: Hoover se presentó candidato para la renovación de su mandato presidencial y obtuvo 16 millones de sufragios, frente a los 23 del candidato demócrata, Franklin D. Roosevelt (1882-1945).
La nueva gran figura de la Historia americana nació en Hyde Park. N.J., y era pariente del presidente Teodoro Roosevelt (1858-1919). El joven Franklin se educó en un hogar de familia muy acomodada, estudió primero en Croton, centro universitario familiar al Eton británico, y después siguió estudios universitarios de Harvard y Colombia. De ideas más progresivas que los otros Roosevelt, la familia de Franklin se adhirió al partido demócrata y este ocupó un escaño en el senado neoyorquino a los 28 años de edad. Apoyó al presidente Wilson y su programa reformista “New Freedon” (Nueva Libertad) en las elecciones de 1912, y fue ministro adjunto de marina en el gabinete de Wilson (1913-1917). En 1920. Franklin D. Roosevelt fue candidato a la vicepresidencia pero su partido resultó vencido en las elecciones. Esto representó un tropiezo de escasísima importancia en la brillante carrera de Roosevelt comparado con la desgracia que hubo de padecer al año siguiente: afectado de poliomielitis, Roosevelt se debatió durante varias semanas entre la vida y la muerte, y permaneció casi 2 años inmovilizado, una brillante carrera política parecía inmovilizada y se diría que el joven Roosevelt estaría destinado a pasar el resto de sus días en un sillón de ruedas en su propiedad familiar de Dutchess Country.
Sucedió lo contrario: con ayuda de su esposa Eleanor, Roosevelt se dedicó con toda energía a sobreponerse a su dolencia e invalidez, y en 1928 un nuevo Franklin de Roosevelt reaparecía en la vida política norteamericana para asombrar al mundo. Hasta entonces Roosevelt había utilizado ampliamente su agudeza y simpatía personal sin conseguir compensar, con sus cualidades, sus defectos, y a menudo parecía de carácter superficial y arrogante.
El precio de la victoria
En 1928, al presentar su candidatura para el cargo de gobernador del Estado de Nueva York, fue elegido para el periodo 1929-1933, pese a la intensa marea electoral a favor de los republicanos que aquel año impulsó a Hoover a la Casa Blanca. Roosevelt demostró ser un gobernador muy competente y defendió un programa de reformas liberales cuando apenas se manifestaban los primeros síntomas de crisis. Candidato demócrata a la presidencia de 1932, luchó constantemente en defensa del ciudadano modesto frente a la depresión, es decir, a base de la doctrina del “New Deal”- literalmente, Nuevo Reparto-, por haberse hecho necesario redistribuir los naipes más equitativamente las oportunidades. Roosevelt daba por vez primera un contenido social a la política americana. El New Deal combinada en conjunto los programas de la New Freedom de oportunidades para todos. Roosevelt organizó la lucha contra la crisis y estableció los planes precisos para una reconstrucción económica y social del país, apoyándose en un grupo de especialistas de tendencias liberales, cuyos colaboradores recibieron el nombre que luego fue célebre, de brain trust o “trust de los cerebros”.
Roosevelt en la Casa Blanca
Las elecciones del 8 de Nov. De 1932, significaron un gran triunfo de Roosevelt; ya no abandonaría la presidencia hasta su muerte. Sin embargo, la constitución norteamericana no le permitía entrar en funciones antes del día 4 de marzo del año siguiente.
Entretanto, el fantasma de la depresión seguía agigantándose de tal modo que a últimos de febrero la mayoría de los bancos norteamericanos cerraban sus puertas y toda la economía estaba amenazada de caos. El nuevo presidente y su administración iniciaban sus tareas en pleno desastre, si bien aquella catástrofe, por su misma amplitud, llevaba en sí gérmenes de renovación y ofrecía al nuevo equipo gubernamental excepcionales oportunidades. Paralizados por el terror, el pueblo y los políticos estaban dispuestos a seguir a quien se decidiese, por fin a cargar sobre sus hombros la responsabilidad de actuar de firme y poner remedio.
Durante los 3 primeros meses, los llamados “Cien días” de Roosevelt, el presidente adaptó una desudada cantidad de medidas y reformas que dejaron a la nación y al congreso liberalmente estupefactos. El pánico fue creciendo y la economía trató de salir paulatinamente de marasmo en que yacía; los campesinos recibieron la ayuda federal, préstamos en dinero y autorización para regularizar sus precios; también la ex asistencia pública hacia los indigentes se organizó en forma efectiva y fue dotada de considerables fondos a cargo del presupuesto nacional. Una nueva ley sobre las actividades de la bolsa tendió a impedir la excesiva especulación en la misma. Nuevas leyes federales establecieron una protección social moderna y eficaz, si bien su iniciativa más revolucionaria lo constituyó una ley para la “recuperación” industrial del país, la llamada Nacional Industrial Recovery Act, abreviadamente N.I.R.A. o N.R.A., texto capital que reglamentaba la vida económica, fijaba las horas de trabajo, el salario mínimo y los precios estables. La N.R.A. fomentaba la colaboración entre la industria y el estado y renovaba el impulso económico mediante el aumento de los salarios y la disminución de la jornada del trabajo ya que cuantos más norteamericanos trabajasen tanto mayor sería el poder adquisitivo del país en conjunto, al propio tiempo que se reduciría el desempleo.
El New Deal en marcha
Una vez pasado el pánico, la industria norteamericana se resintió duramente de las cortapisas que la nueva legislación ponía a su actividad y fueron muchas las empresas que declararon la guerra al New Deal, calificándolo de “programa socialista” que se oponía al tradicional individualismo norteamericano y al no menos rutinario laisser faire de la economía de los Estados Unidos. Muchos políticos conservadores se rebelaron contra la administración Roosevelt, y el gobierno tuvo que enfrentarse con el Tribunal Supremo, debido a que algunas disposiciones del New Deal parecían anti-constitucionalistas; y así se produjo una enconada controversia que afectaba a los principios básicos de la legislación americana.
Roosevelt y su equipo no estaban dispuestos a tolerar que el Tribunal Supremo agitase el tema de la Constitución para atacar a una autoridad elegida por el pueblo, que incluso luchaba para salvar al país de la crisis económica. Roosevelt trató entonces de rebajar el límite máximo de edad para los miembros del Tribunal Supremo, ya que de este modo numerosos adversarios suyos en dicho órgano de Justicia deberían ceder su cargo a candidatos propuestos por la Presidencia. Tal proyecto de ley provocó enormes repercusiones en la opinión pública, que lo consideró una tentativa para ejercer presión sobre el Tribunal Supremo, en flagrante contradicción con los principios esenciales del Estado americano.
El New Deal favorecía en diversas formas a los obreros y a los sindicatos, aunque muchos menos que en los países europeos, debido a la resistencia y oposición de los big business men o grandes empresarios. 
La era de las dictaduras
España en la encrucijada
El reino de Alfonso XIII
A principio del reinado, se intentó aplicar el régimen parlamentario en forma más o menos correcta, como en tiempos de Sagasta y Cánovas del Castillo. El estadista Antonio Maura se preocupó por la reforma de la administración local del caciquismo imperante y de los problemas laborales llegándose a la creación de un incipiente instituto de reforma sociales (1903) impulsos que fracasaron al fin.
En 1909 se produjo una situación crítica: el bloque liberal o de la izquierda se opuso energéticamente al dirigismo derechista de Maura los socialistas promovieron la huelga general y estalló una guerra en Marruecos a causa del asesinato de unos obreros de las minas del Rif. El episodio más espectacular fueron los sucesos de la llamada “semana trágica” de Barcelona, grave explosión de carácter anarco-sindicalista que motivó el fusilamiento de Ferrer Guardia y que produjo viva sensación en España y en el extranjero.
La segunda República española
De 1923 a 1930, el general Primo de Rivera pretendió sostener el régimen monárquico mediante una dictadura militar de tipo más bien paternalista. Llevó a cabo intentos de política laboral con la cooperación socialista, y organizó comités paritarios que iniciaron una especie de arbitraje en los conflictos laborales.
Dimitió en el año de 1930 y le sucedieron el general Dámaso Berenguer (enero 1930- febrero de 1931) y el almirante Aznar (febrero-abril de 1931) con idéntica política aunque más abierta hacia una consulta popular. La sublimación militar de Jaca (diciembre de 1930) y la consiguiente represión de la misma señalaron el prólogo del desmoronamiento del régimen monárquico.
En las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 los partidos republicanos alcanzaron una gran mayoría en las principales ciudades del país, aunque no en el campo, y los círculos monárquicos se alarmaron en extremo, produciéndose auténtico pánico. La monarquía se desplomó por sí sola, sin ofrecer resistencia alguna. El rey Alfonso XIII partió para el exilio en Roma, y en España se proclamó la república el día 14; más tarde fue aprobada una constitución moderna (9 de diciembre de 1931): los partidos de izquierda fueron los primeros en ocupar el poder y proclamaron la separación de la iglesia y del estado en mayo de 1931 decretando la libertad de cultos y con objeto de luchar contra la influencia de la iglesia en la vida pública, la ley de congregaciones religiosas de marzo a mayo de 1933. Se preparó la ley de reforma agraria en septiembre de 1932.
En noviembre de 1933 señalaron un desplazamiento hacia la derecha y el nuevo gobierno de los radicales de Lerroux y los derechistas de la C.E.D.A. trató de promover una política conservadora. En octubre de 1934 estalló una revolución de tipo social que en Austria revistió especial gravedad simultáneamente, en Barcelona se proclamó el Estado Catalán.
Las elecciones de febrero de 1936 proporcionaron el triunfo a dicho frente popular, otorgándole mayoría en el parlamento. Manuel Azaña sustituyó a Alcalá Zamora en la presidencia de la República. Azaña era el típico representante de la izquierda intelectual, liberal y burguesa al estilo francés y ya había sido jefe de gobierno de octubre de 1931 a septiembre de 1933.
La II República era un sistema conveniente a una burguesía de izquierdas de clase media liberal y de menestralía, precisamente las fuerzas menos vivas excepto en algunos territorios periféricos del panorama español.
Los católicos que se sentían amenazados en sus conciencias hostilizaron a la república, y en lugar de apoderarse de sus puestos de mando, contribuyeron a minarla. Sobre estos profundos desgarrones en la piel de toro hispánica,  no cayó otro bálsamo que la apología de la violencia aprendida de la Alemania de Hitler, de la Italia de Mussolini, de la Australia de Dollfuss, de la Rusia de Stalin e incluso de la Francia de febrero de 1934. Europa se echó sobre España y la precipitó en la tremenda crisis de 1934, en Cataluña y Asturias, de la que salió con una mentalidad revolucionaria en la derecha y en la izquierda. Y así, de la misma manera que muchas gotas de agua formaron un torrente, los hispanos se dejaron arrastrar hacia el democrático torbellino de julio de 1936. La república, era zarandeada por todos los extremismos.
Estalla la guerra civil
Durante aquel periodo, en ambos bandos una violencia respondía a otra, y tanto uno como otro recurrieron sin vacilar al atentado político, tan frecuente en aquellos meses. El de mayos repercusión fue el asesinato cometido en la persona del dirigente conservador Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936, en este hecho desencadenó el conflicto armado el 18 de julio del mismo año.
El movimiento nacional se inició el día anterior a Marruecos. Su presunto jefe, el general Sanjurjo, pereció en un accidente de aviación, pero el alzamiento se propagó pronto a diversas guarniciones españolas en numerosas capitales de provincia: Sevilla, Granada, Córdoba, Salamanca, Zaragoza, Burgos, Valladolid y Galicia.
En cambio, el movimiento fue reprimido en Madrid, Barcelona, Valencia, y casi en todas las grandes ciudades, bajo la acción conjunta de soldados y asaltos creados por la República.
La contienda civil europea de los años 1939 a 1945 los países extranjeros ayudaron a sus bandos afines: Alemania e Italia “nacionales” y Rusia a los “republicanos”. Los beligerantes pusieron a prueba en España nuevas armas y métodos tácticos que serían aplicados luego, en el curso de la Segunda Guerra Mundial. El 30 de Julio de 1936 aviones militares italianos ayudaron a las nacionales.
Las potencias occidentales tenían razones sobradas para desear el mantenimiento o la restauración de un régimen democrático en España, sin embargo, en Inglaterra, el equipo gubernamental aparecía más dividido y se manifestaban simpatías hacia ambos bandos.
España en armas
La “no intervención”
Tanto en la Gran Bretaña como en Francia, los elementos más conservadores se hallaban ofuscados por el temor a la implantación de un régimen comunista en España. Además, el objetivo principal de ambas potencias era evitar que aquella guerra civil degenerase en un conflicto europeo. Trataban de localizar el conflicto interno español y con tal finalidad proclamaron una política de “no intervención” procurando que los demás estados la secundara. Aparentemente, lo consiguieron aunque no en la realidad.
Alemania, Italia y Portugal se adhirieron a dicha política, que geográficamente les favorecía. Francia por su parte aplicó desde pronto sus compromisos. Alemania e Italia no solo enviaron material de guerra, sino millares de soldados y las tropas de Mussolini pudieron contarse pronto por divisiones. Se ha calculado que en 1937 a poco más de medio año de estallar el conflicto, luchaban en el campo nacional unos 7’000 alemanes y 14’000 italianos; por otra parte, el número de voluntarios extranjeros encuadrados en las brigadas internacionales alcanzaba la cifra de 24’000.
El frente de la guerra civil permaneció inestable durante algún tiempo: en otoño de 1936, las fuerzas nacionales amenazaron la capital pero fueron contenidas estabilizándose un frente de trincheras que se mantuvo toda la guerra. En la primavera de 1937, las tropas republicanas consiguieron algunas victorias minúsculas, y a principios de 1938 la efímera ocupación de Teruel, mientras los nacionales presionaron en el frente cantábrico, conquistando rápidamente el norte (abril-octubre de 1937); fue en aquella época cuando, en una incursión aérea sobre la ciudad vasca de Guernica, el 26 de abril de 1937, la Luftwaffe –aviación alemana- inauguró las devastaciones de la moderna guerra aérea.
De marzo a julio de 1938 se llevó a cabo la operación Aragón-Mediterráneo, que constituyó una carrera al mar y significó la participación del territorio republicano en dos zonas desiguales; a continuación (julio-diciembre de 1938) se entabló la batalla de Ebro, campaña de desgaste, lucha de material y masa de maniobra, que fue decisiva ya que acarreó la caída de Cataluña en un mes y medio (diciembre de 1938 a febrero de 1939) y decidió el resultado de la guerra.
En septiembre de 1938 se firmaba el pacto de Munich al que siguieron acuerdos más o menos vagos entre Inglaterra e Italia, Francia y Alemania. Rusia quedaba excluida del grupo político europeo.
El 5 de marzo de 1939 sublevaron en Madrid contra el gobierno central –cuya cede oscilaba entre Albacete, Valencia y Francia- un grupo político que en nombre del “comunismo”, entonces tan de moda en Europa intentaba pactar con las ya victoriosas fuerzas nacionales a expensas de aquel título y de la prisión de todos los comunistas de la zona republicana.
Esta lucha duró en Madrid ocho días y terminó con una especie de acuerdo –rendición de los comunistas, en el que se prometía que no habría represalias; pero el jefe militar Barceló y el comisario Conesa fueron fusilados y millares de comunistas encarcelados por los juntistas. La resistencia había terminado. El 19 de marzo, las tropas nacionales entraban en Madrid. El 1 de abril de 1939 terminaba la guerra civil con la derrota de los republicanos luego de 33 meses de sangrienta lucha en la que pereció un millón de españoles y casi otro tanto de ellos se vieron obligados a refugiarse en el extranjero.

Presentaciones en Slideshare:
http://es.slideshare.net/historiaa418/unidad-6-periodo-entre-guerras

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